Llevo más de una semana encerrado en mi destartalado despacho de la
calle 42. Después del fracaso de mi último caso, apenas tengo ánimos
para incorporarme de mi chirriante silla giratoria. Ser contratado para
investigar un asesinato que he cometido yo mismo no es plato de buen
gusto, sobre todo si estoy convencido de haber cometido un crimen
perfecto.
El jefe de policía demostró muchas agallas al presentarse ante mi mesa
vacía y proponerme aquel peliagudo caso. El muy bastardo lo sabía. No sé
cómo, pero de alguna manera lo había averiguado, y su cadáver descansa
ahora en un rincón, con la sangre ya reseca. Un asesinato burdo y sin
sentido para rematar un crimen perfecto que quizás no lo era tanto. O
tal vez sí. Viéndome atrapado, le vacié mi magnum sin pensar y, ya
moribundo, me confesó que tan sólo acudió a mí como último recurso ante
un crimen que le había resultado imposible desentrañar.
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Microrrelato presentado al Certamen de Microrrelatos La Novela Negra, de ArtGerust.
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