Aunque diplomática, fue una larga y dura batalla hasta conseguir la independencia de la Tierra. Durante los últimos doscientos años, las colonias comerciales de la Luna habían ido adquiriendo cada vez más poder en los ámbitos económico, político y militar, hasta que fueron conscientes de que no solo habían crecido tanto como para competir con las grandes corporaciones terráqueas, sino que incluso ostentaban más poder que las principales naciones del planeta. Había llegado el momento de romper aquellos vínculos de sumisión que conservaban desde los primeros días de colonia mercantil.
Al final de la contienda, la floreciente economía lunar se había centrado principalmente en el suministro a la Tierra. Esta, por su parte, agonizaba agotada e inerte, incapaz de generar ya más materias primas. Dependía de los productos generados artificialmente en la Luna, pero la desunión entre los diferentes países y la progresiva decadencia económica del planeta, les llevó a perder toda hegemonía sobre el satélite.
El tratado entre selenitas y terráqueos se firmó en una de las viejas urbes europeas, ya abandonada, y los dirigentes visitantes no demoraron su regreso a casa una vez logrado su objetivo. Sin embargo, al poco de abandonar la atmósfera terrestre unas gigantescas planchas acristaladas comenzaron a desplegarse sobre el planeta. En unos pocos minutos, a una velocidad vertiginosa, habían cubierto completamente el planeta, por encima de la última capa atmosférica, a modo de funda protectora, transparente e impenetrable. Justo antes del cierre definitivo, un mensaje fue enviado desde la Tierra a los habitantes de la Luna:
“Este es nuestro último comunicado. A partir de ahora, y de forma voluntaria, nos quedamos incomunicados. No intentéis traspasar la frontera, es imposible. Ya no adquiriremos más vuestros productos, no los necesitamos. Tenemos unos nuevos proveedores, unas nuevas colonias... En los fondos oceánicos.”
Al final de la contienda, la floreciente economía lunar se había centrado principalmente en el suministro a la Tierra. Esta, por su parte, agonizaba agotada e inerte, incapaz de generar ya más materias primas. Dependía de los productos generados artificialmente en la Luna, pero la desunión entre los diferentes países y la progresiva decadencia económica del planeta, les llevó a perder toda hegemonía sobre el satélite.
El tratado entre selenitas y terráqueos se firmó en una de las viejas urbes europeas, ya abandonada, y los dirigentes visitantes no demoraron su regreso a casa una vez logrado su objetivo. Sin embargo, al poco de abandonar la atmósfera terrestre unas gigantescas planchas acristaladas comenzaron a desplegarse sobre el planeta. En unos pocos minutos, a una velocidad vertiginosa, habían cubierto completamente el planeta, por encima de la última capa atmosférica, a modo de funda protectora, transparente e impenetrable. Justo antes del cierre definitivo, un mensaje fue enviado desde la Tierra a los habitantes de la Luna:
“Este es nuestro último comunicado. A partir de ahora, y de forma voluntaria, nos quedamos incomunicados. No intentéis traspasar la frontera, es imposible. Ya no adquiriremos más vuestros productos, no los necesitamos. Tenemos unos nuevos proveedores, unas nuevas colonias... En los fondos oceánicos.”
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Este relato participó en el certamen semanal (# 140) de Extravaganzia. La extensión máxima era de 300 palabras, y había que usar las palabras clave "crecer", grande" y "luna".
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