Desde muy joven me aficioné a dar paseos nocturnos por la ciudad. Recorrer calles y callejuelas bajo la mortecina luz de las farolas, amparado por la calma de la noche. Pero desde hace unos días la angustia me recorre con frenesí las venas. Me siento observado en mis, hasta ahora, tranquilas correrías nocturnas. Unos terribles ojos luminiscentes se me aparecen cuando atravieso los callejones oscuros. Y poco a poco se van acercando, cada vez más cerca... Anoche los sentí justo detrás de mí y, al girarme, ahí estaban, a un palmo escaso de mis propios ojos, observándome con tenebrosa curiosidad.
Ha anochecido ya, y no me atrevo a salir. Me quedaré en casa, acompañado de una botella de vino tinto, a la espera de que el sol asome por la ventana. Pero ahí están, reflejados en la copa que sostengo ante mí, esos dos brillantes ojos que me escrutan, profundos, desde la espesura de un abismo rojo como la sangre...
Ha anochecido ya, y no me atrevo a salir. Me quedaré en casa, acompañado de una botella de vino tinto, a la espera de que el sol asome por la ventana. Pero ahí están, reflejados en la copa que sostengo ante mí, esos dos brillantes ojos que me escrutan, profundos, desde la espesura de un abismo rojo como la sangre...
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