Kady era un hombre feliz en verano. El calor del sol le animaba y reconfortaba, y se pasaba el día haciendo multitud de actividades, siempre con una amplia sonrisa en los labios. En cambio, el invierno le entristecía. Y no sólo se le borraba la sonrisa, sino que, además, Kady se volvía apático. Se quedaba encerrado en casa y apenas se movía de su cama. Enfermaba con facilidad y se quedaba muy, muy débil, hasta que los días volvían a hacerse calurosos, momento en el que recuperaba sus fuerzas.
Kady vivía en una pequeño pueblo donde, lamentablemente, el verano no duraba demasiado y los inviernos eran muy duros, alcanzando unas temperaturas gélidas. Kady era pobre, y no podía permitirse viajar a otras zonas más cálidas del planeta, por lo que estaba resignado a sufrir en los helados días del invierno.
Un día, en otoño, después de un magnífico verano, llegaron al pueblo unos soldados del rey, y se llevaron prisionero a Kady. Al parecer, algunos miembros de su familia habían atentado contra el príncipe, y le detuvieron para comprobar su posible implicación. Kady quiso explicarles que, en realidad, él ni siquiera conocía a esos miembros de su familia, pues era la primera noticia que tenía de ellos, pero los soldados no le escucharon, y se lo llevaron arrestado. Le encerraron en una celda oscura y le dijeron que le enviarían a juicio después del invierno. Kady pensó que todo se aclararía en el juicio y podría ser libre para disfrutar del próximo verano.
Pasó el invierno, y Kady estaba muy debilitado por la falta de sol, pero en su interior brillaba una llama de esperanza, pues en breve tendría el juicio y estaba seguro de que le soltarían, pues él no había hecho nada malo. Mas un día llegó un soldado a su celda y le dijo que el juicio se retrasaba hasta después del verano.
Kady se puso muy triste, y se asustó mucho. Tendría que pasar todo el verano en la celda, adonde no llegaban los rayos del sol. No podría recuperarse, y no tendría fuerzas para soportar el siguiente invierno.
El verano pasó, y Kady apenas se había recuperado. El sol no llegaba hasta su celda, aunque por lo menos no había pasado demasiado frío. Un día llegó un soldado, y Kady pensó que ya le llevaban a juicio. Quizá si le dejaban libre, podría ingeniárselas para pasar el invierno en algún lugar cálido, y así protegerse del temible frío. Pero el soldado había venido a comunicarle que el juicio se volvía a retrasar, hasta después del invierno. Kady lloró y lloró, y le suplicó al soldado que le soltaran, pues de lo contrario moriría. Necesitaba el sol para vivir, y ya llevaba demasiado tiempo a oscuras. El soldado le dijo que él no podía ayudarle, y se marchó cabizbajo.
Pasó de nuevo el invierno, y el rey decidió finalmente soltar a Kady; al fin y al cabo, no había ninguna prueba incriminatoria. Incluso pensó en compensarle, por haberle tenido todo este tiempo preso. El soldado se dirigió a la celda, para transmitirle tan buena noticia, pero al llegar allí se encontró con el cadáver de Kady, rígido y frío, y muy, muy pálido. La falta de sol había acabado con él.
Kady vivía en una pequeño pueblo donde, lamentablemente, el verano no duraba demasiado y los inviernos eran muy duros, alcanzando unas temperaturas gélidas. Kady era pobre, y no podía permitirse viajar a otras zonas más cálidas del planeta, por lo que estaba resignado a sufrir en los helados días del invierno.
Un día, en otoño, después de un magnífico verano, llegaron al pueblo unos soldados del rey, y se llevaron prisionero a Kady. Al parecer, algunos miembros de su familia habían atentado contra el príncipe, y le detuvieron para comprobar su posible implicación. Kady quiso explicarles que, en realidad, él ni siquiera conocía a esos miembros de su familia, pues era la primera noticia que tenía de ellos, pero los soldados no le escucharon, y se lo llevaron arrestado. Le encerraron en una celda oscura y le dijeron que le enviarían a juicio después del invierno. Kady pensó que todo se aclararía en el juicio y podría ser libre para disfrutar del próximo verano.
Pasó el invierno, y Kady estaba muy debilitado por la falta de sol, pero en su interior brillaba una llama de esperanza, pues en breve tendría el juicio y estaba seguro de que le soltarían, pues él no había hecho nada malo. Mas un día llegó un soldado a su celda y le dijo que el juicio se retrasaba hasta después del verano.
Kady se puso muy triste, y se asustó mucho. Tendría que pasar todo el verano en la celda, adonde no llegaban los rayos del sol. No podría recuperarse, y no tendría fuerzas para soportar el siguiente invierno.
El verano pasó, y Kady apenas se había recuperado. El sol no llegaba hasta su celda, aunque por lo menos no había pasado demasiado frío. Un día llegó un soldado, y Kady pensó que ya le llevaban a juicio. Quizá si le dejaban libre, podría ingeniárselas para pasar el invierno en algún lugar cálido, y así protegerse del temible frío. Pero el soldado había venido a comunicarle que el juicio se volvía a retrasar, hasta después del invierno. Kady lloró y lloró, y le suplicó al soldado que le soltaran, pues de lo contrario moriría. Necesitaba el sol para vivir, y ya llevaba demasiado tiempo a oscuras. El soldado le dijo que él no podía ayudarle, y se marchó cabizbajo.
Pasó de nuevo el invierno, y el rey decidió finalmente soltar a Kady; al fin y al cabo, no había ninguna prueba incriminatoria. Incluso pensó en compensarle, por haberle tenido todo este tiempo preso. El soldado se dirigió a la celda, para transmitirle tan buena noticia, pero al llegar allí se encontró con el cadáver de Kady, rígido y frío, y muy, muy pálido. La falta de sol había acabado con él.
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