Amarillo era el color del iris de sus ojos, empapados de furia. Amarillo era también su corazón, envidioso y ruín. Su sudor ocre era tóxico y maloliente. Y, sin embargo, la niña, de apenas ocho años, se acercó hasta él y le ofreció uno de sus caramelos.
—¿No te doy miedo, niña? –le preguntó el monstruo. Su pelaje también amarillento era rudo y encrespado, y se le había caído en varias zonas, donde mostraba ronchones y piel escamosa.
—No –respondió ella con una amplia sonrisa que dejaba ver sus dientes deformes y de diferentes tamaños, algunos roídos, otros puntiagudos. Todos eran amarillos–. ¿Y yo a ti?
Microrrelato para el microrreto de El Tintero de Oro: Los colores. Enlace:
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