14 dic 2025

"Un viento poco anodino" [relato]

Nací y crecí en una pequeña localidad cercana a la costa. Poco más que una pequeña aldea, tan común como el resto de pueblos de la extensa comarca. En verano no hacía demasiado calor, ni hacía mucho frío en invierno, y tampoco sabría decir si llovía demasiado a lo largo del año. Supongo que llovía cuando tenía que llover, y punto. Pero un día ocurrió algo verdaderamente extraordinario, algo genuinamente poco anodino.

Al poco de amanecer de aquel extraño día, comenzó a levantarse una ligera brisa con unas pequeñas briznas de sal marina, nada fuera de lo normal por aquella zona, pero, poco a poco, y a medida que avanzaba la mañana, la brisa fue cogiendo fuerza, soplando cada vez más fuerte y, para cuando el sol brillaba en lo más alto del firmamento, un vigoroso viento recorría el pueblo de punta a punta, atravesándolo de norte a sur siguiendo la calle principal. A primera hora de la tarde, después de comer, y lejos de amainar, el viento fue arreciando cada vez con más furia. Para cuando el sol comenzó su ocaso, acercándose al horizonte montañoso, estábamos metidos en pleno vendaval, con unos vientos huracanados que se llevaban por delante todo aquello que se encontraba tirado por las calles. La gente apenas se atrevía a salir de sus propias casas y no veíamos el momento de que mejorara el tiempo. Cuando el último rayo de sol desapareció por el oeste, vivimos una experiencia terriblemente aterradora.

Para entonces, el viento traía tal fuerza e intensidad, que empezó a llevarse, una a una, las casas del pueblo. Sé que suena extraño cuando lo cuento, pero así ocurrió realmente. Una tras otra, cada edificio, cada construcción, fue levantado en volandas y, arrastrado por el viento, se fue alejando hacia el sur. Las casas no eran destrozadas como cuando son arrolladas por un huracán o un tornado, sino que eran arrancadas, aparentemente de cuajo, con cimientos y todo. Quienes permanecían en su interior, obviamente, eran arrastrados también, por lo que algunos de nosotros decidimos echarnos a la calle, a pesar de lo peligroso que podía ser, e intentar huir de allí, si ello era posible. Hubo quien propuso refugiarnos en la iglesia del pueblo, y fue precisamente dicho edificio el único que no se llevó volando el viento. Ciertamente, fue la única estructura que quedó completamente destruida por la fuerza del huracán. Pobres creyentes temerosos de Dios; cuando todo pasó, apenas sí pudieron encontrar los restos de quienes se habían refugiado dentro de la iglesia.

Viendo que las casas se iban volando una tras otra –algunos vimos cómo el hogar de toda nuestra vida desaparecía a lo lejos, a unos veinte metros de altura–, y que para huir en coche ya era demasiado tarde, pues el viento hacía tiempo que se había llevado por delante todo tipo de vehículos, decidimos acudir con celeridad al único edificio que nos pareció que aguantaba bastante bien los embates del vendaval. Por supuesto, se trataba del bar del pueblo. El único bar del pueblo. Y en poco tiempo, tal vez el único edificio en pie del pueblo.

La situación en el exterior, sin embargo, seguía empeorando, con unos vientos huracanados y furiosos, y por fin ocurrió el desastre: también pudo con el bar, al que izó en lo alto con violencia, aunque sin dañar la estructura del mismo. Una vez en el aire, tras unos segundos, todo pareció estabilizarse, y el bar parecía deslizarse suavemente por las alturas, salvo por alguna esporádica turbulencia.

No sé cómo vivirían aquella extraordinaria e indudablemente peligrosa situación quienes permanecieron en sus propios hogares, pero quienes acudimos al bar pudimos convertir todo aquello en una experiencia algo más llevadera. Está claro, acabamos todos borrachos como cubas. Y muy mareados, claro, aunque no sé si tanto por el peculiar vuelo, o por la desmesurada ingesta de alcohol.

A eso de la medianoche, todo acabó. El viento cesó, casi de sopetón, y el bar se posó bruscamente en el suelo. Cuando comprobamos que en el exterior todo parecía en calma, decidimos salir del bar, y vimos que el resto de las casas del pueblo también estaban allí, nuevamente posadas en tierra firme y, aparentemente, en la misma posición que tenían unas respecto a las otras, antes de que el viento comenzara a llevárselas. Una vez que amaneció, pudimos comprobar que, salvo la iglesia, todo el pueblo permanecía intacto, con sus casas y edificios, sus calles y callejones... sólo que todo el pueblo en su conjunto se había desplazado unos treinta kilómetros hacia el sur. Al final tampoco le dimos demasiada importancia, pues la vida ha de seguir adelante, y nos daba igual si el pueblo estaba unos kilómetros más hacia un sitio u otro. Se propuso no volver a edificar la iglesia, y todos estuvimos de acuerdo, sin dar explicación alguna. Y después alguien comentó la posibilidad de rendir culto a una especie de dios eólico, aunque la mayoría preferimos seguir a lo nuestro, y no pensar demasiado en lo ocurrido. Eso sí, cada vez que se levanta un poco de viento, el bar del pueblo hace la caja de un año entero.



Relato para el Concurso de Relatos Edición 49 "El color de la magia, de Terry Pratchett", de EL TINTERO DE ORO

https://concursoeltinterodeoro.blogspot.com/2025/12/concurso-de-relatos-edicion-49-el-color.html