Había embocado las siete bolas rayadas de forma magistral, una tras otra, ante la atónita mirada de mi rival, que poco podía hacer. Pero la fatídica bola 8 se resistía a entrar en su tronera y, poco a poco, fui perdiendo mi ventaja. Mi tranquilidad inicial se convirtió en el temido vértigo de quien se ve ganador demasiado pronto y no consigue rematar la faena. Mi contrincante se había ido creciendo y a mí me temblaban ya las manos. Y la maldita bola 8 seguía sobre el verde. Apuré mi botellín de cerveza de un largo trago, cerré los ojos y visualicé la siguiente jugada: la fuerza y el ángulo de tiro, los rebotes de precisión milimétrica a tres bandas, el suave golpeo a la bola negra, y esta dirigiéndose perfectamente a su tronera... Contuve la respiración y ejecuté el movimiento. El golpeo fue perfecto y la bola acabó rodando, lenta pero inexorablemente, a la boca del lobo. Sin embargo, se detuvo antes de caer, tambaleándose en un precario equilibrio justo en el borde... Se me escapó todo el aire contenido en un suspiro de rabia y consternación. Y entonces...
Siempre dejo la historia en este punto, que cada cual imagine el final. A la mayoría le gusta pensar que la bola acabó entrando, gracias al suspiro que exhalé. ¿Realmente importa? Lo que recuerdo con más intensidad es aquel preciso momento, aquel instante lleno de incertidumbre por el resultado, aquel anhelo por la ansiada victoria y el miedo ante una decepcionante derrota. Ahí me sentí como nunca antes, plenamente vivo, cargado de adrenalina y tensión. Una sensación mucho más poderosa que la que podría sentir con la alegría de la victoria. Lo sé.
Siempre dejo la historia en este punto, que cada cual imagine el final. A la mayoría le gusta pensar que la bola acabó entrando, gracias al suspiro que exhalé. ¿Realmente importa? Lo que recuerdo con más intensidad es aquel preciso momento, aquel instante lleno de incertidumbre por el resultado, aquel anhelo por la ansiada victoria y el miedo ante una decepcionante derrota. Ahí me sentí como nunca antes, plenamente vivo, cargado de adrenalina y tensión. Una sensación mucho más poderosa que la que podría sentir con la alegría de la victoria. Lo sé.
(fuente de la imagen: Wikipedia) |
--------------------------------------------------------------------------
No soy aficionado al billar. Apenas habré jugado un par de veces cuando era adolescente (hace eones). Espero no haber utilizado terminología no adecuada al tema. Pero tengo un antiguo compañero de clase con el que tuve el placer de reencotrarme hace unos días (en una mítica y memorable reunión de ex-alumnos) y que es un experto billarista (¿se dice así, jeje?), y ha acabado (sin él saberlo) por inspirarme el relato, lo cual agradezco, porque ando seco de ideas... Así que te dedico el relato, Alex, a ver qué te parece.
No hay comentarios:
Publicar un comentario