Era un magnífico anfitrión, salvo por el hecho de que no dejaba de escanciar el tinto una y otra vez.
—¿Por qué lo haces? –le pregunté.
—Es lo más cercano que tengo a paladear de nuevo el pastoso y cálido sabor de la sangre humana.
—¿Por qué lo haces? –le pregunté.
—Es lo más cercano que tengo a paladear de nuevo el pastoso y cálido sabor de la sangre humana.
Drácula, de Bram Stoker (film, 1992) |
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