“Con qué miedo escuchaban los monstruos
bajo la cama el cuento que leía a su hijo
Edgar Allan Poe”
José Luis Zárate, escritor mexicano
José Luis Zárate, escritor mexicano
La madre apagó la luz y abandonó la habitación cerrando la puerta tras de sí. El niño se acurrucó bajo las mantas, temblando pero no de frío, sino de inconmensurable pavor.
Tenía un temor desorbitado hacia el monstruo que, desde hacía unos escasos días, se había instalado y habitaba bajo su cama. Aún no había podido verlo, pero sabía que estaba allí noche tras noche, babeante y peludo, esperando para atacarle por sorpresa, y comérselo con sus afilados y amarillentos dientes de monstruo. Estaba seguro de haberlo oído arrastrarse por el suelo en más de una ocasión, cada vez más cerca, cada vez más ansioso. En cualquier momento se le echaría encima, y entonces el niño no podría hacer ya nada para defenderse.
En mitad de la oscuridad, el niño escuchaba atentamente, alerta ante cualquier sonido. Casi imperceptiblemente, pudo oír un pequeño ruido, un suave rasgueo sobre la madera del suelo. Un ris-ras leve pero constante, que avanzaba y avanzaba...
Bajo la cama del niño, el monstruo, como todas las noches anteriores, intentaba no hacer ruido mientras se arrastraba por el rugoso suelo, pero en mitad del silencio nocturno, sus movimientos se hacían evidentes.
Unos pocos días atrás, y sin saber cómo, el monstruo había llegado a la habitación del niño a través de un portal dimensional, procedente de un extraño y lejano mundo poblado de seres atroces e inimaginables. Por el día, la luz cegaba e impedía el movimiento al monstruo, pues allí de dónde venía la oscuridad reinaba eternamente, y por eso se escondía en un rincón bajo la cama, perfectamente oculto ante cualquier mirada. Por la noche, el monstruo podía moverse con libertad, aunque sabía que no se encontraba solo en la habitación. No comprendía lo que había ocurrido ni cómo había podido llegar allí, pero sí notaba que allí había alguien con él, un ser completamente desconocido que reposaba sobre él. Oía la acelerada respiración de aquel ser y sus frecuentes gemidos mientras se revolvía sobre la cama. Captaba el fuerte olor de su abundante sudor y otros más sutiles y dulzones. Aún sin ver al niño, el monstruo podía visualizarlo en su mente.
Todas las noches desde que llegó allí, el monstruo se arrastraba por el suelo, pero no en busca del niño, sino de la puerta. El ser desconocido que reposaba sobre él, lejos de resultarle apetitoso, le producía un temor irracional. Le daba miedo que pudiera descubrirle. Le daba miedo que pudiera matarlo. Le daba miedo que pudiera comérselo.
Mientras el niño se revolvía en la cama, y apenas podía dormir dominado por la angustia y el temor, el monstruo se afanaba en buscar la manera de huir de allí lo antes posible.
Tenía un temor desorbitado hacia el monstruo que, desde hacía unos escasos días, se había instalado y habitaba bajo su cama. Aún no había podido verlo, pero sabía que estaba allí noche tras noche, babeante y peludo, esperando para atacarle por sorpresa, y comérselo con sus afilados y amarillentos dientes de monstruo. Estaba seguro de haberlo oído arrastrarse por el suelo en más de una ocasión, cada vez más cerca, cada vez más ansioso. En cualquier momento se le echaría encima, y entonces el niño no podría hacer ya nada para defenderse.
En mitad de la oscuridad, el niño escuchaba atentamente, alerta ante cualquier sonido. Casi imperceptiblemente, pudo oír un pequeño ruido, un suave rasgueo sobre la madera del suelo. Un ris-ras leve pero constante, que avanzaba y avanzaba...
Bajo la cama del niño, el monstruo, como todas las noches anteriores, intentaba no hacer ruido mientras se arrastraba por el rugoso suelo, pero en mitad del silencio nocturno, sus movimientos se hacían evidentes.
Unos pocos días atrás, y sin saber cómo, el monstruo había llegado a la habitación del niño a través de un portal dimensional, procedente de un extraño y lejano mundo poblado de seres atroces e inimaginables. Por el día, la luz cegaba e impedía el movimiento al monstruo, pues allí de dónde venía la oscuridad reinaba eternamente, y por eso se escondía en un rincón bajo la cama, perfectamente oculto ante cualquier mirada. Por la noche, el monstruo podía moverse con libertad, aunque sabía que no se encontraba solo en la habitación. No comprendía lo que había ocurrido ni cómo había podido llegar allí, pero sí notaba que allí había alguien con él, un ser completamente desconocido que reposaba sobre él. Oía la acelerada respiración de aquel ser y sus frecuentes gemidos mientras se revolvía sobre la cama. Captaba el fuerte olor de su abundante sudor y otros más sutiles y dulzones. Aún sin ver al niño, el monstruo podía visualizarlo en su mente.
Todas las noches desde que llegó allí, el monstruo se arrastraba por el suelo, pero no en busca del niño, sino de la puerta. El ser desconocido que reposaba sobre él, lejos de resultarle apetitoso, le producía un temor irracional. Le daba miedo que pudiera descubrirle. Le daba miedo que pudiera matarlo. Le daba miedo que pudiera comérselo.
Mientras el niño se revolvía en la cama, y apenas podía dormir dominado por la angustia y el temor, el monstruo se afanaba en buscar la manera de huir de allí lo antes posible.
'The Black Cat', por Gino Severini |
2 comentarios:
Precioso. Una manera interesante de describir el miedo.
Gracias!!!
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