En
los confines del universo conocido, una extraña raza humanoide habitaba
un pequeño planeta semidesértico. Estos seres, cuyo principal rasgo
facial era la ausencia absoluta de apéndice nasal, adoraban sin embargo a
lo que ellos consideraban el dios supremo sobre toda la creación: la
Gran Nariz Torcida.
Un día, que en aquel planeta duraba cuarenta y
dos horas, un grupo de aquellos inquietos seres decidieron, con un par
de narices, realizar la Gran Rinoplastia Planetaria, y enderezar todas y
cada una de las narices torcidas de las miles de esculturas y pinturas
que representaban a su dios absoluto.
—¿Por qué lo hacéis? –les
preguntaban los demás.—Estamos dándole a la Gran Nariz –respondían
ellos, que se hacían llamar los Cirujanasos– la perfección que le falta.
Durante
una semana, que en aquel planeta duraba también siete días, aunque sólo
tres eran laborables, realizaron un arduo y concienzudo trabajo
enderezando miles de narices torcidas. Finalmente, tan sólo quedó una
por arreglar: la llamada Nariz Original, un monstruoso túmulo de casi un
kilómetro de altura que, según la leyenda, era la auténtica nariz de su
dios,
petrificada hacía eones, y que volvería a la vida tras el Día del Estornudo Final.
Esta
última tarea les llevó una nueva semana más pero, finalmente, la Nariz
Original quedó también perfectamente enderezada. Cuando el grupo de
Cirujanasos se estaba felicitando mutuamente, un profundo temblor
recorrió todo el planeta. Un instante después, un viscoso fluido de
color verdoso comenzó a manar de los enormes orificios nasales. Un
enorme y asqueroso moco empezó a cubrir entonces la superficie del
planeta.
De vez en cuando, y con la excusa del aniversario del Big
Bang, los diferentes dioses estelares se reunían para compartir
experiencias. Como en cualquier celebración que se precie, siempre había
alguno que daba la nota. En aquella ocasión le tocó a la Gran Nariz
Recta (antes Torcida) que comió y bebió como un loco, sin ningún tipo de
control o moderación. Entre bocado y trago, se le oía gritar “Por el
Gran Moco, jamás he tenido las narices tan despejadas. ¡Qué aromas!”
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Además (y es la primera vez que uno de mis textos se ven en algo así), está disponible la narración sonora del relato (por parte de La Voz Silenciosa).