Ya habíamos revisado el canal varias veces, y no habíamos encontrado nada. Estaba convencido de que el pobre muchacho no estaba allí, pero en mala hora el capitán hizo caso a aquella estúpida adivinadora. "El cadáver del crío os espera en el canal", dijo como si estuviera revelando un secreto ancestral. "Tened mucho cuidado", añadió después. Y una mierda. Seguro que los padres tenían razón y el niño tan solo se había escapado, como había hecho otras veces antes. En un par de días volvería, avergonzado y pidiendo perdón, como si lo viera... Pero ahora nos tocaba de nuevo, a los pobres agentes de azul, pringarnos de barro y mierda hasta el cuello. Y todo por culpa de la maldita adivinadora...
No lo vi venir. Una sombra gris, difusa, se me lanzó al pecho y me mordió -más tarde comprobaría que me había arrancado el pezón izquierdo- y apenas pude reaccionar. Saqué mi arma reglamentaria y vacié el cargador. Cuando acudieron mis compañeros, perdí el conocimiento, no sin antes oírles gritar "¿Qué has hecho, imbécil?".
Homicidio involuntario, gracias a un jurado benevolente, aunque el juez y los padres se quedaron con ganas de más. Perdí la placa; para siempre, claro. Siete años en chirona, que hubieran sido más sin "buen comportamiento". Una nueva vida. Una nueva muerte.
Estoy de nuevo en el canal. No ha cambiado nada en todo este tiempo. El mismo olor a mierda de siempre. La adivinadora tampoco había cambiado mucho. Pero ahora sí. Ya no grita, casi se ha desangrado del todo. Aún saboreo su pezón izquierdo en mi boca.
No fue perder mi trabajo ni los años entre rejas. Algo me cambió el día que maté al muchacho, cuando me mordió. Mi hogar está ahora aquí, en el canal. Espero que pronto vengan a buscarme...
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Este relato fue presentado al 'Certamen166 XVZ' de Etravaganzia.