El rey llamó a sus magos, pero éstos no estaban siquiera a la
altura de meros aprendices del Gran Brujo Loth, cuya primera profecía
acababa de cumplirse: Kalion, rey de Zilabon, después de largos años
de matrimonio con la bella Dalla, por fin había conseguido tener un
hijo, cuando ya casi lo daba por imposible. Pero el niño, como había
profetizado el brujo doscientos años atrás, había nacido ciego,
tenía los ojos completamente blancos.
Loth fue un excelente y longevo mago, que llegó a
Zilabon procedente de las Islas Oscuras, perdidas en el riguroso Mar
del Norte. Permaneció casi cuarenta años en estas tierras, a las
que hizo prosperar con sus conjuros y sus secretos. Tres diferentes
reyes vio pasar por el trono, y los tres le admiraron y pidieron
consejo, mientras Zilabon se convertía en el reino más poderoso de
todo el continente. Pero un día, Loth prosiguió su camino hacia el
sur, hacia las cuevas de Marko, donde, dicen, habitan los últimos
dragones. Antes de marchar, sin embargo, realizó sus dos profecías.
La primera decía que, doscientos años más tarde, un viejo rey
tendría un hijo varón, su primogénito tardío, que nacería
completamente ciego, sin iris ni pupila. La segunda era aún más
catastrófica: los duendes rojos, habitantes de los pantanos
orientales, vendrían a reclamar dicho niño.
Loth se marchó, y ya jamás se le volvió a ver en
Zilabon. Y desde entonces, ningún mago alcanzaría las hazañas por
él conseguidas, ya que Loth no dejó legado alguno de su saber. Los
pocos aprendices que tuvo durante su larga estancia en Zilabon,
apenas aprendieron unos pocos remedios para ciertas enfermedades, y
un par de toscos trucos de artificio, como el de hacer aparecer una
pequeña neblina de repente, o incluso lanzar una pequeñas luces
fulgurantes, que hacían las delicias de los más pequeños del
lugar. Pero la gran magia, los hechizos y conjuros poderosos, jamás
estuvieron al alcance de ningún otro ser más que Loth, el Gran
Brujo.
Los duendes rojos, a los que Loth hacía referencia
en su segunda profecía, eran unos seres pequeños y repugnantes, de
orejas puntiagudas y mirada maliciosa. Habitaban en los pantanos, más
allá de las montañas de Alie, en la frontera oriental del reino. Su
magia era poderosa, aunque no tanto como la de Loth, por supuesto, y
las viejas leyendas contaban que eran carnívoros, y que su plato
favorito eran las mujeres vírgenes y los recién nacidos. Durante
décadas, Zilabon había estado en una constante guerra con ellos
pero, con la llegada de Loth, por fin se les infringió una grave
derrota. Éste, mediante sus hechizos, consiguió que los duendes
rojos se recluyeran en los pantanos y, desde aquel momento, dejaron
de ser un problema.
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continuará...
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