Los magos de Kalion,
ignorantes y ambiciosos, propusieron al confuso rey asesinar al niño
para evitar que los duendes pudieran venir a buscarlo, pero Kalion no
tenía tan negro el corazón y decidió hacer frente al porvenir.
Llegó un mensajero de las aldeas de las montañas con malas y
extrañas noticias: volvía a haber movimiento, inexistente durante
los últimos dos siglos, más allá de las montañas, donde el bosque
se funde con los pantanos. El mensajero advirtió al rey de las
numerosas columnas de humo que se habían visto salir del bosque, y
del constante ruido de armas al chocar, y de los monstruosos gritos y
espeluznantes alaridos que escuchaban por las noches, y que ponían
los pelos de punta a los aldeanos. Sin duda, los duendes rojos
volvían a estar activos, y tramaban algo. Kalion no tenía duda
acerca de sus intenciones, así que mandó una avanzadilla de
soldados hacia las montañas, para que vigilaran todo movimiento, y
con el mensaje de recomendar a los habitantes de aquellas aldeas que
fueran a la ciudad a protegerse. A su vez, dio órdenes de que se
preparara el gran ejército de Zilabon. Incluso pensó en mandar
emisarios a los reinos colindantes, aunque sabía que sería en balde
pues eran reinos muy lejanos y la batalla, de tener lugar, comenzaría
–y probablemente acabaría– mucho antes de poder recibir ayuda
alguna.
Los días fueron pasando
y los peores presagios se iban confirmando. Los duendes rojos habían
formado un ejército numeroso y se disponían a avanzar hacia el
corazón de Zilabon, hacia la ciudad, donde se encontraba el pobre
bebé ciego. Kalion había plantado el grosor de sus tropas a las
afueras de la ciudad, y dio la orden de avanzar hacia el enemigo.
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continuará...
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