ACTO 1
Las leyes
establecían que solo uno de los hijos podía ingresar en la Escuela de Magia. Las
tradiciones familiares siempre habían consistido en que fuera el primogénito o
primogénita quien se matriculara. Cuando Amelia y Timmer tuvieron gemelos, les
entró la duda. Sheela había sido la primera en asomarse y quizás podría
considerarse como la primogénita, pero quizás eso no fuera totalmente justo
para con Kalder, así que decidieron que lo mejor sería consultar al Oráculo.
—Ambos
tienen el mismo derecho de estudiar magia –sentenció el venerable anciano. Y,
fiel a su costumbre, no añadió nada más.
Hasta que
no cumplieran doce años, no recibirían la invitación de la Escuela, y Amelia y
Timmer decidieron observar a sus hijos y ver quién de los dos desarrollaba más
cualidades mágicas. Era habitual que quienes fueran a acudir a la Escuela de
Magia mostraran signos de su potencial antes de la edad de ingreso, pero no
siempre ocurría así. Kalder y Sheela no mostraron ninguna evidencia de capacidades
mágicas en su interior. Era extraño, porque las familias de sus progenitores se
habían caracterizado siempre por una precoz muestra de pequeñas habilidades
mágicas, pero al parecer no era así en esa ocasión.
Cuando
cumplieron los doce años, llegó puntual la carta de invitación de la Escuela de
Magia, abierta a cualquiera de los dos gemelos, pero tan solo para uno de
ellos. Fue en ese momento, pues también estaba establecido así en las leyes,
cuando sus padres les contaron la auténtica verdad. Kalder, que siempre se
había mostrado más impulsivo y exigente que su hermana gemela, insistió en que quería
ir. Sheela, a quien también le hacía ilusión, acabó cediendo ante la insistencia
de su hermano, para evitar que se llevara un berrinche. Así, Kalder acabó
marchando a la Escuela de Magia, sin ni siquiera despedirse de su hermana, ni
mucho menos agradecerle el gesto que había tenido con él.
ACTO 2
Cuando tan solo habían pasado unas pocas semanas desde la
partida de su hermano, Sheela empezó a notar las primeras cosas extrañas.
Objetos que parecían moverse solos, puertas que se abrían y cerraban sin que
nadie interviniera… No tardó mucho en darse cuenta de que era ella quién
provocaba tales efectos extraños. Nuevamente, sus padres decidieron acudir al Oráculo.
—Un gemelo estudia –dijo, en un aura de misterio–, el
otro aprende.
A mitad de curso se celebraba un evento festivo en la
Escuela de Magia, donde podían acudir los familiares del alumnado. Era momento
también de comentar con los padres la evaluación y evolución de sus hijos. Amelia
y Timmer llevaban tiempo esperando aquella oportunidad. Una vez que se
intercambiaron las informaciones de cada bando, la conclusión era clara: Kalder
estaba recibiendo las lecciones, pero era incapaz de generar la más mínima
magia, ni reproducir el hechizo más sencillo, mientras que Sheela, sin haber
estudiado nada de magia, de alguna manera había interiorizado las lecciones de
su hermano, como si hubiera estado presente en cada una de las clases. Sin
duda, tenían algún tipo de conexión especial. Cuando ambos niños se enteraron
de lo que pasaba, nuevamente Kalder se puso hecho un basilisco, gritando que
aquello era completamente injusto, pero entonces, en el que posiblemente fuera
su momento de mayor brillantez en la vida, se dio cuenta que si intercambiaba
los papeles con su hermana, sería él quien aprendiera magia. Exigió entonces
que fuera su hermana quien continuase en su lugar en la Escuela. Sheela,
nuevamente para evitar males mayores, aceptó. La tristeza en su rostro
contrastaba con la enorme alegría en el de su hermano.
ACTO 3
Kalder no tenía paciencia. Sheela apenas llevaba unos
días en la Escuela de Magia, pero él ya estaba desesperado porque no había
aprendido ningún truco ni hechizo, hasta que de pronto, un día, la magia empezó
a correr por sus venas. Los hechizos que él había sido incapaz de reproducir, y
otros nuevos, ya no eran ningún secreto para él y, al contrario que su hermana,
que actuó con prudencia y había intentado ser cautelosa y discreta con sus
habilidades, Kalder no dudó en usar su magia en todo momento, para divertirse,
para hacer rabiar a los vecinos o incluso para vencer el aburrimiento. Así
estuvo durante varias semanas, ante la desesperación y resignación de sus
padres, que poco podían hacer para controlarle, pero un día Kalder notó al
despertarse que la magia ya no estaba allí. Efectivamente, probó todo tipo de
hechizos y trucos, y ninguno funcionó. No pudo contener la rabia y se pasó todo
el día gritando. Por la noche se calmó, confiando en que fuera algo puntual,
pero al día siguiente nada había cambiado. Varios días después, su hermana
Sheela estaba ante la entrada de la casa, con una carta de la Escuela de Magia
en la mano. Sus padres la abrieron, asombrados, y pudieron leer que su hija
había sido expulsada por realizar uno de los hechizos prohibidos.
—¿Pero
qué hechizo has utilizado, hija? –preguntaron al unísono Amelia Y Timmer.
—Obliviscatur
Magicae –respondió solemnemente Sheela–. Olvida la magia. Y es
irreversible.
—¿Le
has hechizado a tu hermano?
—No,
no lo entendéis –contestó la niña–. Eso no habría funcionado. Kalder y yo
estamos conectados, podemos aprender el uno a través del otro. El hechizo tenía
que ser para los dos a la vez. Ninguno de los dos podemos acceder ya a la magia.
Relato para el Concurso de Relatos 39ª Ed. Harry Potter y la Piedra Filosofal, de J.K. Rowling, convocado por EL TINTERO DE ORO. Enlace:
https://concursoeltinterodeoro.blogspot.com/2023/12/concurso-de-relatos-39-ed-harry-potter.html